Aos Fatos, pionero en la verificación de datos en Brasil, se lanzó el 7 de julio de 2015 con la misión de restablecer el diálogo entre la política institucional y la sociedad. Su editorial de estreno señalaba una crisis de comunicación en gestación y advertía: “Algo está mal cuando todos están dispuestos a hablar, pero pocos están dispuestos a escuchar”.
Una década después, Aos Fatos opera en un país hiperdependiente de las plataformas digitales, ya sea para el consumo, la comunicación, la conexión, el trabajo o la política. Según la encuesta TIC Domicilios, el 84% de los brasileños de diez años o más —aproximadamente 159 millones de personas— tiene acceso a internet; de ellos, el 96% se conecta diariamente. Hace diez años, el 66% decía haber accedido a internet, y el 82% lo hacía todos los días.
Aos Fatos fue lanzado en un punto de inflexión entre la retórica política de masas —moldeada por campañas televisivas y transmisiones nacionales— y una comunicación segmentada, asincrónica y guiada por algoritmos. En su década de existencia, ha presenciado la consolidación de la desinformación como herramienta de poder y la erosión progresiva de la confianza pública en instituciones como la prensa, la ciencia, el poder judicial e incluso en la propia noción de autoridad y conocimiento. Aos Fatos fue forjado en las trincheras de la comunicación en tiempo real, la pandemia, la lucha contra el autoritarismo y el colapso institucional que culminó en los ataques del 8 de enero.
En este contexto, la verificación de datos ha pasado de ser una práctica periodística periférica a una herramienta esencial para contrarrestar la erosión de la vida democrática. En la última década, Aos Fatos ha realizado más de 19.000 verificaciones de hechos — unas 15.000 relacionadas con la veracidad de afirmaciones de 167 figuras públicas, y cerca de 4.000 dedicadas a desmontar bulos en redes sociales.
Ha desarrollado metodologías de monitoreo en tiempo real de narrativas engañosas, documentado campañas falsas y compartido sus bases de datos de desinformación con más de 40 grupos de investigación en Brasil y en el extranjero. Ha establecido alianzas con instituciones como el Supremo Tribunal Federal y el Tribunal Superior Electoral, y sus datos contribuyeron a los hallazgos de la Comisión Parlamentaria de Investigación sobre la Covid-19 y la Comisión Parlamentaria del 8 de enero. Aos Fatos también ha colaborado con el Ministerio Público en investigaciones que van desde la venta de certificados de vacunación falsos hasta la fabricación de documentos fraudulentos utilizados contra candidatos en elecciones. Más allá de desmentir falsedades, Aos Fatos siempre ha buscado confrontar los sistemas que producen, distribuyen y legitiman la mentira como método político.
La falacia de la censura
Aun así, persiste la narrativa falsa de que la verificación de datos es censura. Este discurso —difundido principalmente por políticos e influencers que propagan mentiras— ignora un punto fundamental: la verificación no prohíbe el discurso; exige responsabilidad por lo que se afirma como verdad.
La verificación de hechos no silencia, prohíbe ni bloquea. Es una forma de periodismo, no de control. La censura, en cambio, es el silenciamiento autoritario del mismo periodismo que Aos Fatos practica —y que ha sufrido en la última década mediante el acoso judicial y reiterados intentos de remover contenido por la fuerza, incluso cuando todo se basaba en hechos verificables. Durante ese tiempo, la redacción de Aos Fatos fue vigilada, sus periodistas acosados y fue uno de los blancos de la llamada “Abin paralela” (la red de inteligencia paralela de Brasil).
Estos ataques han sido facilitados por las mismas plataformas digitales que funcionan tanto como canales esenciales de financiamiento y apoyo al periodismo como facilitadoras del odio y el acoso. El ejemplo más revelador de esta contradicción ocurrió el 7 de enero de 2025, cuando el CEO de Meta, Mark Zuckerberg, atacó públicamente a los verificadores con los que su empresa trabajó durante casi una década, y cuyo conocimiento fue validado por la propia compañía en informes de transparencia presentados ante autoridades como el Tribunal Superior Electoral de Brasil y la Unión Europea.
La verificación de datos es una herramienta central para preservar la integridad de la información en entornos digitales. Según la revista Nature, la verificación reduce eficazmente las percepciones engañosas de la realidad. Un estudio realizado en cuatro países entre 2020 y 2021 mostró que la exposición a verificaciones redujo significativamente las creencias falsas. Un metaanálisis de 2019 sobre la efectividad del método también identificó una influencia positiva sobre creencias políticas en un estudio con más de 20.000 personas.
Según el Digital News Report 2025 del Instituto Reuters, Brasil se encuentra entre los países más preocupados por la desinformación digital: el 67% de los encuestados afirma preocuparse por distinguir lo verdadero de lo falso en las noticias, y el 36% dice recurrir a servicios de verificación cuando tiene dudas, una cifra muy por encima del promedio global del 25%.
Esto demuestra que buscar la verdad es insuficiente si los sistemas que gobiernan el flujo de información digital no la recompensan. Las verificaciones deben producirse, pero también ser acogidas, compartidas y valoradas. El esfuerzo por desacreditar este método solo sirve a quienes se benefician de la experiencia hostil que muchas plataformas ofrecen hoy, tratándola como si fuera un subproducto natural de la libertad de expresión.
Estafas digitales e IA: el futuro ya está aquí
En los últimos diez años, ha quedado claro que el problema de la desinformación va más allá de la retórica política. Si para algunos grupos sociales la defensa de la democracia parece una abstracción, hay estafas más concretas en juego. La década de la pandemia aceleró la digitalización de la banca y los servicios remotos, y alimentó una industria sofisticada de fraudes digitales.
De las 60 verificaciones que Aos Fatos publicó sobre estafas de este tipo, 50 fueron realizadas desde 2023 — un aumento del 173% de 2023 a 2024. Para engañar a los usuarios en redes sociales, los estafadores se apropian de temas noticiosos para promover beneficios falsos y campañas de recaudación fraudulentas, con el objetivo de robar dinero y datos personales. Muchas de estas publicaciones usan videos generados por IA con la imagen y voz de políticos o celebridades para darles credibilidad. Estos clips conducen a sitios de phishing o plataformas de pago fraudulentas en cuestión de segundos.
Esta era se define por la difusa frontera entre lo real, lo artificial y lo fabricado. La IA se ha convertido en una herramienta de productividad para estafadores y agentes de desinformación, y los deepfakes y videos falsos de celebridades son apenas nuevas versiones de viejas tácticas electorales.
La producción automatizada de videos cortos a partir de contenido público —una estrategia usada el año pasado por el candidato a la alcaldía de São Paulo Pablo Marçal (PRTB), según informó Aos Fatos — probablemente se volverá más común. Las herramientas de IA ya pueden escanear discursos públicos, generar ediciones con subtítulos y publicarlas a escala industrial.
Esto resalta un dilema central de la economía de la información: cuanto más contenido hay disponible — incluyendo transmisiones legislativas, archivos audiovisuales y bases de datos públicas — más se puede recortar, distorsionar y reinterpretar ese contenido mediante tecnología generativa. En otras palabras, la abundancia de información no reduce la desinformación; puede multiplicarla, incluso exponencialmente. El desafío ahora es desarrollar políticas públicas, marcos regulatorios y apoyo al periodismo que garanticen que las huellas digitales de los usuarios comunes no se conviertan en herramientas de manipulación y distorsión de la realidad compartida.
El periodismo como infraestructura cívica
Los acontecimientos clave muestran lo que está en juego. El asesinato de la concejala Marielle Franco (PSOL), socavada durante años por teorías conspirativas difundidas por autoridades; los ataques del 8 de enero, movilizados por una red de mentiras apoyadas por actores militares, transmisiones en vivo monetizadas y la captura del periodismo; y las inundaciones de 2024 en Rio Grande do Sul, donde políticos usaron la desinformación para autopromoción mientras vidas estaban en riesgo—todos estos episodios revelan que mentir no es una desviación, sino una estrategia del Estado, del mercado y de las plataformas.
El impacto cultural de las plataformas en la vida cotidiana ha creado un sistema de incentivos que recompensa la distracción y castiga la reflexión. Hoy, todo viene con una gratificación: las tarjetas de crédito ofrecen devolución de dinero, los “likes” liberan serotonina, las apps de ejercicio dan medallas y los servicios de streaming saturan a los usuarios con opciones de entretenimiento. Pero comprender los hechos requiere tiempo, energía y disposición al conflicto.
Las redes sociales, por su parte, fomentan una falsa sensación de intimidad entre los usuarios y las figuras públicas. En estas plataformas, se pueden comprar ropa, comida, cosméticos, videojuegos — y también compromiso político. Las ansiedades provocadas por la ausencia del Estado — como la inseguridad, el trabajo precario, los retrasos en los beneficios por desempleo o la escasez de vacunas y medicamentos — no se resuelven con la presencia teatral de autoridades en transmisiones en vivo cuidadosamente guionadas.
En este entorno — donde la mentira se disfraza de opinión y la actuación se convierte en arma política — la verificación de hechos perdura como un acto radical. El acto deliberado de verificar interrumpe la lógica viral del impulso y la emoción.
Defender el periodismo en este contexto no es un ejercicio de nostalgia, sino un imperativo democrático. Aos Fatos desarrolla tecnología ética, construye sistemas de inteligencia artificial con parámetros calificados para frenar la desinformación y proporciona inteligencia para respaldar políticas públicas. Es esencial exponer la mecánica de la mentira, enfrentar los sistemas que la promueven y sostener al periodismo como infraestructura cívica.
La persistencia en este trabajo es nuestra forma de resistencia. Aos Fatos sigue comprometido con fomentar la confianza en el periodismo y en las instituciones democráticas, a pesar del caótico panorama informativo, para que la democracia no sea solo una actuación, sino una práctica continua.




